El concepto Desarrollo Sostenible posee unos límites bastante difusos, que se mueven entre la economía, lo social, la ecología y la política. Para los masones, el Desarrollo Sostenible implica también humanismo. Hablar de Desarrollo Sostenible implica poner sobre la mesa una pregunta que ningún francmasón puede eludir:
¿Qué lugar ocupa el Ser Humano en nuestro planeta Tierra?
Pudiera parecer que existen muchas respuestas a la pregunta, pero a decir verdad hay dos que predominan.
La primera postura, que toma su inspiración de las grandes religiones monoteístas, concibe al hombre como maestro y amo absoluto. El ser humano es todopoderoso y ha logrado domesticar al resto de especies; controla los elementos, el agua, el aire, la tierra y el fuego, y ha transformado el planeta. Vale, la explotación intensiva de los recursos naturales y la voracidad de consumo son problemáticas y amenazan nuestro entorno, pero -como dijo B. Pascal- el hombre es una caña pensante, un ser inteligente que siempre consigue encontrar la solución adecuada para superar las dificultades que va encontrando en la vía del progreso. La ciencia es la solución magistral, eficaz y permanente de todos nuestros males. Siempre nos permite salir de la ciénaga en la que nos hundimos.
La segunda postura tiene muchos más matices. El ser humano es, efectivamente, una caña pensante, pero una caña frágil y vulnerable. No es todopoderoso sinó un simple eslabón de la inmensa cadena que forman todos los ecosistemas terrestres. Cualquiera que se interese por la ecología en tanto que ciencia, cualquiera que se preocupe mínimamente en conocer las interacciones que se producen entre todos los seres vivos -ya sean animales o vegetales- comprenderá fácilmente el peligro que nos acecha en cada acción por la que inconscientemente trastocamos ese equilibrio. Es un poco como un castillo de naipes, a veces basta tocar una carta para que todo se derrumbe.